Mark Ryden |
Para Avispada, amiga y luz...
El
Sombrerero Loco grita NO HAY SITIO, NO HAY SITIO. No hay sitio para nosotras
en su merienda eterna, pero le gusta que le veamos masticar. Por eso nos sienta en el Jardín Muerto, pequeñas Alicias de sonrisa inerme. Los
miércoles se pone la cabeza de Oso y come hasta que le tiembla el vientre
enorme, lleno de lamparones y migajas. Deglute mantecados y jamón pero anhela husmear nuestras entrañas. Quiere abrirnos como ostras y llorar pálidas lágrimas de
Morsa y empaparnos los tuétanos con su misericordia insaciable.
Nosotras, Alicias desamparadas,
cambiamos corriendo de silla mientras nuestros úteros clausurados repiten en un
susurro "no hay sitio, no hay sitio"....
El
Sombrerero Loco se cambia de cabeza a las seis de la tarde. Las tiene
en un cesto, una por cada Pecado... De Cabra, de Perro, de Mulo para las noches
de verano, de topo cegado por el oro, de Liebre en celo. Se pone una dorada los Domingos y vomita entre
arcadas palabras demasiado grandes para su gaznate. Amor, Familia, dice, Entrega...
Cobardes, temerosas, sentadas
como niñas obedientes con las manos en el regazo, tenemos los nudillos blancos
de apretar la Angustia, rogamos a Dios que nuestro vientre sólo conciba el pago
de la hipoteca.
Cuando llega la Navidad se corona de Reina Roja y juega a decapitaciones.
No hay sitio, no hay sitio...
Nosotras, Alicias enloquecidas, cambiamos veloces de silla en el jardín
muerto.