Elizabeth Siddal Leyendo Dante Gabriel Rossetti |
Elizabeth Siddal sigue leyendo.
Después de más de cien años sigue
leyendo sentada en su sillón de enferma, igual que aquel silencioso día en
Hastings, el dos de junio de 1854. Se lleva, cansada, la mano al rostro y un mechón de su cabello se escapa por un
momento. Tiene los pies en el escabel, y Ford Maddox Brown susurra entusiasmado
que está "... más delgada, más cadavérica, más
bella y más desmadejada que nunca".
(But wise Christina says … One face looks from
all his canvases,/ One selfsame figure sits or walks or leans…)
Hoy en Hastings el tiempo es
húmedo y tibio, la luz pone sombras de lápiz seguro y apresurado en la larga
falda, en el afilado rostro. Hoy, y ayer y mañana ella leerá y se trenzará el
pelo, o mirará absorta, adormilada, extasiada, lejana siempre. Ahí está, así la
seguimos viendo, tal y como Dante Gabriel la retrató cien y mil veces en
incontables Guggums, bocetos de belleza
increíble e instantánea. Desbordaban los
cajones de mesas y escritorios, se apilaban en los rincones, llenaban todas las carpetas
y los álbumes de esbozos pero aun hoy, cuando se venden y se compran como joyas,
no dejan de ser el patético testimonio
de una obsesión devoradora.
Una fascinación que emergió, ya tuberculosa, de la bañera donde posaba para Millais como una Ofelia demasiado turbadora para los decentes, cuyas mentes morbosas y obscenas la vieron obscena y morbosa. Lizzie recordaría toda su vida el pesado traje de brocado de plata que hubo de vestir, día tras día, húmedo y pegajoso como la mortaja que finalmente fue. Recordaría el día en que posó durante horas cuando ya se había apagado la estufa que calentaba el agua helada, el principio de su muerte.
Una fascinación que emergió, ya tuberculosa, de la bañera donde posaba para Millais como una Ofelia demasiado turbadora para los decentes, cuyas mentes morbosas y obscenas la vieron obscena y morbosa. Lizzie recordaría toda su vida el pesado traje de brocado de plata que hubo de vestir, día tras día, húmedo y pegajoso como la mortaja que finalmente fue. Recordaría el día en que posó durante horas cuando ya se había apagado la estufa que calentaba el agua helada, el principio de su muerte.
(And wise Christina says… We
found her hidden just behind those screens, /
That mirror gave back all her loveliness…)
Porque, lánguida en todo, Lizzy
no se tomó ninguna prisa a la hora de morir. Lo fue haciendo a sorbos, a
pequeños pasos. En tardes de luz templada, como la de Hastings, en las mañanas
brumosas y oscuras de Londres, moría a ratos y reaparecía luego, con el largo
pelo azafranado más lleno de luz que nunca. El mismo pelo, recordaría, que hizo
exclamar a Walter Deverell "Muchachos no
creeréis que maravillosa criatura he encontrado…" Entonces, recordaba Lizzie,
vendía sombreros y era muy joven y hermosa y muy frágil. Pero sólo era
Lizzie. Sólo ella, ella misma, ni Ofelia, ni Beatriz, ni Ginebra, ni la Doncella Asomada a los Balcones del Cielo.
Sólo la pequeña e ignorante
Lizzie Siddal.
(But wise Christina says …A
queen in opal or in ruby dress/ A nameless girl in freshest summer-greens,/ A
saint, an angel — every canvas means/ The same one meaning, neither more or
less...)
Sólo
Lizzie, piensa Lizzie. Pero eso fue antes, hace un esfuerzo por recordar, mucho
antes del sillón de enferma de aquel día de Junio, en Hastings; antes
del empapado disfraz, de todos los
rostros cambiantes sobre su rostro, antes de las infidelidades y de las
promesas rotas. Antes de la enfermedad, del laúdano y del brandy. Eso piensa Lizzie
y se desliza en silencio, de la vida a la muerte y a la vida de nuevo,
meciéndose. Ahora lo entiende, ya lo ha comprendido. Ya sabe que lo ha perdido
todo, hasta su nombre.
(And so,
wise Christina says … He feeds upon her face by day and night,/ And she with
true kind eyes looks back on him, / Fair as the moon and joyful as the light…)
Ni Ofelia, ni Isabella, ni
Beatriz, ni Ginebra, se sentarán con ella a acunar durante horas la cuna vacía
de la niña que no nació. No le darán la mano durante las noches de agonía, los
días eternos en los que espera su regreso. Él se va, se hunde en la feracidad
de Fanny Conforth, igual que buscará desesperadamente la inaudita y silenciosa belleza
de Jane Burden, venerará la altivez de Alexia Wilding, y sigue pintando a Lizzie. Y Lizzie escribe versos
también, como los suyos, y grita en silencio lo que sabe. “Tu arte, ese árbol envenenado que me robó la vida”, dice, grita,
bebe, acuna la niña que nunca nació. Nadie
la acompañará en las sombras en las que va a perderse, alumbrada sólo por sus
cabellos de cobre y azafrán.
(But wise Christina knows …Not wan with waiting, not with sorrow dim…)
Y
un día, al fin, reunió todos sus seres infinitos, todos los rostros que habían
borrado el suyo y los dejó atrás. Se fue al lugar donde nuestros nombres son
claros y todo se resume. Donde es ya para siempre Elizabeth Eleanor Siddall,
1829-1862.
La frágil
y altiva Lizzie, sólo Lizzie, se llevó con ella la antorcha de su pelo, lo
más vivo de su vida. Otros, El Otro, le pusieron versos manuscritos,
poemas y recuerdos como almohada. Pero ella sólo necesitaba su pelo para
alumbrar las sombras...
Cuando
años más tarde abrieron su tumba, vieron que su cabello había seguido creciendo
tras la muerte, tan dorado, espeso y hermoso que llenaba de oro el ataúd.
Como
si aún estuviese leyendo, en ese dos de junio de 1854.
(And wise Christina ends …Not as she is, but was when hope shone bright; Not as she is, but as she
fills his dream..)
Nota: una traducción aproximada del poema de Christina Rossetti, In An Artist's Studio, sería...
Nota: una traducción aproximada del poema de Christina Rossetti, In An Artist's Studio, sería...
"Un
rostro mira desde todos sus lienzos,/ La
única y misma figura se sienta, camina o yace:/ La
encontramos oculta tras los bastidores,/ Espejos
que nos devuelven toda su gracia./ Una
reina de ópalo y rubí ataviada,/ Una
joven sin nombre en los más frescos verdes del estío,/ Una
santa, un ángel –cada lienzo repite/ El único y mismo mensaje,
nada más, nada menos./
Él
devora su rostro de día y de noche, / Y
ella con ojos cálidos devuelve su
mirada, /Bella
como la luna, como la luz alegre:/ Ni pálida de esperas, ni nublada de angustias;/
No como es, sino como ella era cuando la esperanza brillaba; / No
como ella es, sino como sacia sus sueños"